En el mes de Febrero se celebra el Carnaval. Una época en la que algunos deciden disfrazarse, adoptar una nueva personalidad y apariencia a través de una máscara. Jugamos a ser alguien o algo que en otro momento no podemos ser. Y todo con el fin de divertirnos.
El Carnaval es una época de descontrol, de romper las
reglas. Y para permitírnoslo, usamos el disfraz. Disfrazarnos, jugar a ser
otro, nos ayuda a poder dar rienda suelta a nuestros deseos, sin perder la
aceptación de la sociedad. El hecho de que la gente utilice un determinado disfraz u otro, hasta creo que puede darnos una idea del deseo oculto de una persona.
Pero el Carnaval, para gran parte de la sociedad, suele durar el año entero. Seguro
que nos hemos identificado con la idea de que en algunas ocasiones, hemos
tenido que fingir ser de determinada manera por diferentes motivos: miedo,
vergüenza, etc.
Las máscaras
nos sirven de escudo protector, yo creo que por la necesidad de proteger nuestra intimidad del mundo externo, para evitar sentirnos más
vulnerables ante la sociedad.
Es por eso,
por lo que a veces, se busca aparentar una personalidad que sea aceptada y
valorada por los demás. Uno puede pensar que actuando de manera auténtica,
puede ser juzgado y rechazado.
Es frecuente
que a lo largo del día, tengamos que representar distintos roles en función de
quien tenemos delante. Nunca nos expresaremos igual si tenemos delante a
nuestro jefe o nuestro padre o nuestro amigo.
Hasta es posible que
nos sintamos tan presionados a fingir ser otra persona para sentirnos adaptados
al mundo externo, que acabemos frustrados por no poder desarrollar o expresar
nuestros deseos u opiniones. Yo he experimentado lo que es eso, y resulta agobiante, la verdad.
La máscara nos
atrapa y nos quita individualidad. Nos hace ser rígidos, porque nos
obliga a mantener ser alguien que no somos, simplemente porque un día
decidimos (o nos hicieron decidir) que así debíamos de mostrarnos, actuar o
pensar.
Es necesario detenerse un momento, reflexionar y poder observarse a uno mismo, e intentar reconocer si aquello que se muestra es
lo que se es y lo que se desea ser.
Así que os
invito a hacernos amigos de nuestra máscara e invitarla a largarse en algún
momento, para que nos pueda dejar ser como somos. Cierto que no es fácil, hay muchos factores externos que a veces nos lo dificultan; pero en mi caso, cada día voy aprendiendo más
a alejarla, y puedo asegurar que vale realmente la pena.
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